CRÓNICAS DE UN RETORNO NO ANUNCIADO

¿Ir a un país extranjero es la solución a mis problemas salariales? ¿Volveré algún día?
Despertar una mañana de Octubre entre arbustos indagaba un mal presagio sobre lo que acontecería más tarde. Adam, un compañero de labor, me había informado hace pasadas semanas que los despidos en el trabajo estaban siendo constantes, no había espacio ni dinero para los extranjeros.
“John vuelve a tu país, aquí todo anda mal”, dijo.  Tenía la mala fortuna de ser un inmigrante latinoamericano en un dichoso país europeo. Había llegado a este lugar con muchas ilusiones de tener suficiente dinero para traer en algún momento a mi familia y poder consolidarnos en esta región del planeta. Sin embargo, todo había sido en vano debido a que pocos años tras mi llegada el gobierno había ordenado reducción de personal a diversas empresas y una de ellas había sido donde trabajaba. Aquel día de despido fue duro. “Joder, lo sentimos, pero aquí ya no hay espacio para ustedes”, mencionaron los dueños de la empresa. Muchos latinos, entre los cuales me encontraba, reclamamos una indemnización por despido intempestivo, pero la respuesta fue que no había dinero. “¿Qué puedo hacer en un lugar donde estoy solo?", preguntaba en mi mente. Los días pasaron, mis ahorros se terminaron, me echaron del alquiler donde vivía y no tenía ni siquiera para comer. Pedí ayuda a Santiago, un amigo cercano que conocí en este país, para preguntar sobre algún trabajo para subsistir. La respuesta fue negativa. Al parecer, los latinos estábamos siendo mal vistos. La razón: sobrepoblación de extranjeros. Muchos del mismo país no conseguían trabajo porque un extranjero se lo había arrebatado. Así de simple. Para colmo de males, Santiago solo me hospedo un par de días y luego señalo que algunos familiares iban a vivir con él. Además, su esposa se quejaba constantemente de alojarme sin realizar ningún pago. Lo entendí y volví a la calle.
En una noche fría de setiembre, deambulando por parques, encontré unas monedas olvidadas en un teléfono. “Suerte mía”, pensaba. Use inmediatamente aquel dinero, no en comprar comida, sino en llamar a mi familia e informarles que fracase en mi aventura europea. No logre el cometido de traerlos algún día. “Aló, ¿quién habla?", susurró una voz femenina. Mis ojos empezaron a lagrimear, no podía evitarlo. “Soy yo, Cinthia, soy tu hermano”, respondí. Instantáneamente escuche un grito y luego más gritos. “Es él, esta bien, no esta desaparecido”, chillaba la voz a través del teléfono. El saldo empezaba a agotarse. “Escúchame, escúchame”, dije para tranquilar a mi hermana. “Pronto volveré, el tiempo se me agota, no me busquen, espérenme en casa”, mencione antes que la línea se cortara. Limpie mi rostro de las lágrimas secas y continúe caminado por las calles. 
Fines de setiembre. Había resistido el hambre los últimos días robando secretamente en supermercados. Para suerte mía, tenía ropa para cambiarme y poder estar un poco presentable. Tuve que ir a baños públicos para asearme con el poco jabón y shampoo que mantenía desde que me echaron del alquiler. Me encontraba cruzando un puente buscando una dirección, había visto un anunció en días pasados donde decía que se necesitaba gente para importante trabajo, pero no la encontraba. Pese a ello, consulte a un joven. “¿Un trabajo por acá? No he visto alguno”, me respondió. Indague después con una señora. “No se nada”, señalo. Con la moral baja, por no encontrar el trabajo, estaba por regresar cuando escuche un silbido. “Aquí es”, manifestó una voz. “¿Deseas un trabajito?”, se le unió otra voz. Entonces me percate de dos hombres robustos, aunque vestidos con lujosas ropas y joyas. “Te hemos escuchado, quieres dinero”, aseveró la segunda voz. Asentí positivamente. “Síguenos y no preguntes. Confía no te haremos nada”, dijeron para luego irse caminando. Los seguí detrás… 
MR. JARA
¿Verdad o simple cuento?

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