FANATISMO ASESINO

"Ese fanatismo feroz que salva un feto sin cerebro y mata a la madre es la antítesis del humanismo cristiano"
(* Extraído de una pasada edición de la revista VELAVERDE)

Vaya por delante que no tengo nada en contra de los católicos. Y que además respeto los credos religiosos y la espiritualidad de cada cual. Pero eso sí, cuando la jerarquía de una religión pretende imponer sus verdades absolutas e indiscutibles a una sociedad, y amenaza la vida de las personas, o atenta contra la democracia, pues ahí no queda sino salir a dar batalla para enfrentar a los talibanes.
Y digo esto a manera de introducción para traer a colación el caso de Beatriz, la humilde salvadoreña de 22 años, cuya existencia estuvo pendiendo de un hilo debido a la intransigencia de un Estado impregnado de concepciones retrógradas respecto del aborto y de la Conferencia Episcopal de dicho país, para la que más importante es mantener posiciones radicales y abusivas que salvar la vida de una madre.
Beatriz llevaba en su vientre un feto anencefálico (sin parte del cerebro, o sea), que no iba a sobrevivir aun llevando a término del embarazo. Nada de eso le importó a las autoridades salvadoreñas ni a los obispos. Finalmente, luego de estar casi dos meses hospitalizada, de litigios y de peticiones internacionales, y con la salud sumamente debilitada, le practicaron una cesárea. Beatriz se encuentra todavía delicada y la niña que nació, como era previsible, murió a las cinco de la intervención.
La cínica reacción de los próvida fue: “La vida le ganó a la muerte aun por unas horas”. Y dijeron más que eso, claro. Que el aborto “no es médicamente necesario para salvar la vida de una mujer”. Y que gracias a la férrea legislación antiabortista se garantizó “una muerte digna” para la hija de Beatriz. Y así.
El Salvador es uno de los cinco países latinoamericanos (junto a Nicaragua, Honduras, República Dominicana y Chile) donde la proscripción al aborto voluntario es tajante y castigada con 50 años de cárcel. “Los derechos de la madre no pueden privilegiarse sobre los del nascituras (el no nacido)”, recordó hace unos días la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador al rechazar una solicitud de amparo de Beatriz.
La historia de Beatriz, es verdad, no acabó como el sonado caso de Savita Halappanavar, quien murió en Irlanda como consecuencia de impedírsele un aborto que necesitaba. Pero casi.
En fin. Como dijo muy bien la española Rosa Montero en su última columna, “ese fanatismo feroz que salva un feto sin cerebro y mata a la madre en la antítesis del humanismo cristiano; porque esto te obliga a suponer, para desolación de todos, que la Iglesia católica es una banda de criminales”.
Y es así, pienso. Quienes confunden despenalizaciones con promoción del aborto, o privilegian el dogma a la estadística, no están viendo la foto completa. La data acumulada sobre el tema revela claramente que, si un gobierno quiere reducir la tasa de abortos y el riesgo para las mujeres embarazadas, no debería practicar la prohibición.
Un estudio publicado en The Lancet, verbigracia, indica que la tasa de abortos es menor en los países con leyes más permisivas, y son más numerosos donde la intervención es ilegal o está muy condicionada. Las leyes restrictivas no reducen el fenómeno, es decir.
Suráfrica, que legalizó el aborto en 1997, tiene la media más baja del continente. Y el número de muertes relacionadas a abortos cayó un 91% tras la despenalización. Y en Holanda, donde el aborto está permitido hasta las 24 semanas y sin condiciones, la tasa es la más baja de Europa.
Moraleja: Las operaciones suelen ser seguras en los países en los que el aborto está permitido, y son peligrosas en los que la legislación es más acotada.
Por Pedro Salinas

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