¿Algo sucede? |
8:00 am - Miércoles 18 de Febrero.
Sara Perleche salió apresurada de
la estación central de buses en Lima. Su reloj marcaba las ocho de la mañana y,
para mala suerte de ella, estaba por llegar nuevamente tarde al trabajo. Había sido un mal
inicio de día, aunque la semana transcurrida tampoco era buena. Sus padres estaban
histéricos como siempre en casa, tenía que pagar las deudas e investigar algo
nuevo para el diario. “Que los demonios me lleven al fuego mismo”, decía a
menudo.
Ya estaba cruzando la abarrotada
avenida Colón, con sentido hacia Alfonso Ugarte, cuando se percató que su
celular estaba sonando. Era Pedro Cabanillas, su compañero de labores.
- Hola, Pedro. ¿Qué de nuevo hoy?
– contestó.
- Nada aún. Me retrase en el
tránsito. El maldito bus no avanza. – Pedro sonaba sobresaltado y molesto.
Sara estimaba mucho a Pedro. Lo conocía
desde la universidad. Siempre tan temperamental, pero atento y vehemente cuando
se trataba de descubrir algo.
- Tranquilo. De todos modos tu horario hoy no es temprano –
repuso para tener algo de conversación para iniciar.
- Bien. De todos modos, hubiera sido
buena idea comprarme ese auto en oferta la vez pasada. – Sara empezaba a exacerbarse
- Si no te hubiera hecho caso …
- ¿Me llamas para eso? Pedro,
llego tarde al trabajo, nos vemos. – repuso con enojo.
- No, espera... - la voz de Pedro se
puso seria y tensa a la vez. - Ha pasado algo.
- Habla que el tiempo avanza y… – fue la respuesta
inconclusa de Sara antes de sentir un empujón y la mano de alguien tratando de
arrebatarle el celular y la cartera.
“Maldición”, pensó. Trato de
pegar al malhechor con todas sus fuerzas. Esperaba ayuda de la gente, pero
nadie se acercaba. Por el contrario, se abrían paso y observaban como si fueran
humanos excluidos del mundo. Sara guerreo, empujó, pero el delincuente fue más
y escapó rápidamente con lo robado por una esquina.
- ¿Se encuentra bien? – dijo
alguien entre la pequeña multitud que se iba acercando donde Sara estaba
tirada.
- ¿Más bien de lo que te
encuentras tú? – Sara estaba muy enojada - No lo creo.
Se puso en pie sin ayuda. Odiaba
sentir compasión. Repuso su caminar con
dirección al trabajo ante la mirada de los curiosos que seguían hablando para
ayudarla, sin saber que ella prefería hacer oídos sordos. Avanzó rápidamente y olvidó a
la gente que la seguía observando.
Solo faltaba una cuadra para
llegar al edificio. ¿Qué diría ahora en el trabajo? La sola idea de demostrar
temor y tristeza delante de sus compañeros la espantaba. No quería parecerse a
Estefani Vera. Ella sí era esa clase de mujeres que le gustaba que los hombres
se compadezcan de ella, pero solo con fines propios. “Pensaré en algo”,
masculló entre dientes.
El edificio se alzaba cerca al óvalo Bolognesi. De color crema en sus dos pisos, era resaltante que antiguamente había sido una casona. Pero eso había sido hace mucho, ahora era la central del diario.
El edificio se alzaba cerca al óvalo Bolognesi. De color crema en sus dos pisos, era resaltante que antiguamente había sido una casona. Pero eso había sido hace mucho, ahora era la central del diario.
Sara entró por la puerta principal del
edificio. Se percató que no había nadie cuidando.
- ¿Ernesto? – exclamó con
hermetismo. La ausencia del apodado ‘cuidador’ era notoria. ¿Dónde estaría? ¿Y
dónde rayos estaba Pablo, el seguridad del horario normal?
- Lo siento, señorita. – Una voz
se alzó desde el pasillo del fondo. – Creo que Ernesto ya se fue – Era Pablo
Mendoza.
- ¿Crees? – escuchar la duda de Mendoza la hizo
repreguntar.
- Sí, creo. No lo he visto cuando
he llegado. – Parecía que Pedro no mentía – Encontré la puerta cerrada y cuando
toque nadie salió. Tuve que usar las llaves de emergencia que traigo conmigo.
- Leticia estallará cuando se
entere. – Hablar de Leticia Nuñez, la encargada de Recursos Humanos era saber
de obediencia, trabajo y respeto al cien por ciento. Todos ahí lo sabían. - ¿Has informado a alguien de su ausencia?
- Al señor Enrique. Apenas revise
todo el sitio y no hallé por ninguna parte a Ernesto. – Pablo estaba
tenso, Sara lo notó.
- ¿Y por qué no llamaste a
Leticia? – la duda de Sara era razonable. Leticia era la encargada de estos
problemas, Enrique Bahamonte solo se encargaba de la parte administrativa del
diario, pero Sara sabía que Pablo lo había llamado a él porque era más pasible.
Perdonaría a Ernesto. - ¿Acaso no sabes que ella se encarga de las ausencias
del personal?
- Lo siento, señorita. – Repitió Pablo una vez más. Estaba temeroso –
No volverá a ocurrir.
Sara trato de apaciguar el
momento.
- Olvidalo. - Sara observó su alrededor - ¿Dónde están todos?
¿Aún no llegan? – la pregunta resultó un poco obvia. Desde que había ingresado no había visto a nadie más que a Pablo – Tuve un percance y necesito ayuda.
- Pensé que lo sabía. Hoy la
entrada es a las nueve. La junta directiva lo propuso ayer por la tarde.
- ¿Cómo es posible que no me hayan
informado? - Sara nuevamente sentía enojo.
Pablo no contestó. Era lógico
callarse y no inmiscuir a nadie en una posible respuesta delatora. Al no
escuchar una justificación , Sara continúo.
- Me queda esperar. Estaré en el vestíbulo,
Pa… - Sara no pudo terminar de pronunciar el nombre. No por un suceso malo, sino
por asombro. En la puerta se encontraba Fernando Portocarrero, el director de “Tiempos
Violentos”. ¿En qué momento había llegado?
Portocarrero avanzó unos pasos. Dándole
una fugaz mirada a Sara dijo:
- Necesitamos conversar
urgentemente.
Mr. Jara
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